La figura se dibujaba en la sombra como un espectro, aunque a ella no le asustaba demasiado; le conocía, sabía quien era... sabía que era inofensivo. Se acerco lento, le tomó por la cintura llevándola hacía él y le besó tiernamente; obviamente a ella le divertía la situación, más qué por la ternura que imprimía en sus besos; le causaba gracia la inocencia que albergaba aquel grande y musculoso cuerpo de 40 años que ni el de ella con 18 alcanzaba a tener; por qué a diferencia de él, ella sí que conocía el deseo y la lujuria en todas sus formas.
Ese pequeño pecadillo de tetas voluptuosas, trasero firme y húmeda vagina lo enloquecían, no podía evitar lubricarse cuando la besaba y es que la pequeña putita sabía como restregarse contra él para tenerlo donde quería, nunca fue dueño de la situación hasta aquella noche. Carmen se puso de rodillas para saborear tan delicioso manjar ofrecido, lo tomo entre las manos y se lo llevo a la boca con tal desespero como queriendo beber agua para calmar su sed, hacia anillos alrededor de su prepucio, se tragaba todo aquel ejemplar de hombría, lo engullía y lo dejaba, acariciaba entre las nalgas haciendo que deseara más... que pidiera más; besó sus testículos, se deleitó a tal punto de besar su ano, de lamer alrededor y meter su lengua.
Enceguecido de placer la puso de pie, dando la espalda y tomándola fuerte del cabello la penetro brusca y violentamente, mientras ella dejaba escapar suaves gritos de dolor mezclados con placer a medida que el la castigaba tirando de estos, golpeando fuertemente sus suaves nalgas, mordiendo la espalda; había algo perverso en ella y retorcido en él. Entre más se la tiraba más obsesiva era la idea de matarla antes qué alguien más la tuviera. Ocultos tras las grises paredes del viejo edificio de la catedral; donde siempre se encontraban, ella se vino una, dos, tres veces mientras era penetrada; la hizo arrodillarse y le puso el pene en la boca dejando a Carmen tragarse el semen qué usualmente pasaba con el vino qué sacaba de la iglesia por que ella se lo pedía mamandoselo debajo de su sotana. Cuando llegó el momento la tomo bruscamente del cabello y poniendola de espaldas la penetró nuevamente; mientras se venía, el Padre Miguel la tomó por el cuello con fuerza y empezó a apretarla de tal manera que el brillo malévolo en los ojos de la joven se deshizo en las manos de aquel que en las mañanas le daba la bendición y en las noches la poseía.
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