lunes, 28 de julio de 2008

Emanuelle

Esa noche particularmente después de tanto verano, llovió; se oían caer las gotas sobre los techos, en la calle los autos trataban de esquivar el fuerte torrente. Pero eso para ella no era impedimento, no quería perder más tiempo. Abrió el closet, sacó unos jeans, su blusa favorita, esa que tenia el escote profundo en al espalda y unos tacones rojos. Se dio una ducha con agua caliente, esa noche sería especial así que uso esencias en el baño.

Se puso un sostén y unas bragas negras semitransparentes, aunque sabía que no las necesitaría, se vistió rápidamente… se sentó frente al tocador peinando su cabello y se maquilló, uso su lipstick rojo, mientras lo aplicaba sintió ese miedo que siempre la invadía; se miró en el espejo y vio su rostro un poco más delgado, una lágrima rodó por su mejilla y murió en sus labios, pensó en como dejó que la vida se el fuera sin hacer nada y ahora que anhelaba vivir con más fuerzas que nunca, el médico le había dicho que estaba desahuciada y no había nada que hacer, por eso abandonó el hospital para que quedarse allí, prefirió vivir con intensidad lo que le quedara de existencia; sabia que no tenía fuerzas suficientes para salir pero era hoy o nunca, en cualquier momento su cuerpo desfallecería y no quería morir sin saber siquiera su nombre.

Salió de su casa y tomó un taxi.

Entró allí buscándole desesperadamente con sus ojos… le vio en la barra, fue hacía allí; finalmente le tuvo en frente y pensó en por que había tardado tanto en acercarse, tanto tiempo viéndole desde el otro lado del salón, tanto tiempo anhelándole, queriéndole en silencio; como le hubiese gustado haber compartido más; más que aquella noche llena de lujuria y pasión… mas vida para estar allí a su lado. Se durmieron ya entrada la madrugada.

Emanuelle no supo cuando su corazón se detuvo, no supo que hora era… quizás soñó un túnel o una luz brillante, tal vez una voz que le llamaba; lo único cierto para ella esa noche es que fue feliz por que le entrego hasta su ultimo aliento a aquella Chica Egipcia que siempre amó. Murió sin nada que lamentar.

Anatomía de tu ser

Es domingo. Un día gris. Y mi cuerpo está tendido junto al suyo en la cama, ambos mirando hacia el techo envejecido. Siento su brazo rozar el mío -está tan cerca- mi piel se eriza, y pierdo la concentración, sigo el hilo de la conversación de forma mecánica.

Nada logra apartar de mi cabeza una pregunta que se atora en mi garganta, trata de salir, se detiene y regresa a mi estomago, que revolotea cuando siente su ser a milímetros de mi, causando que me estremezca por completo.

Doy una mirada a su rostro, lo recorro, me detengo en sus labios y regreso mis ojos a los suyos y me lanzo a decir lo que mi estomago guarda, lo que mi cabeza alberga, lo que mi garganta retiene.

Las palabras salen sin poder evitarlo por mi boca… uno, dos, tres, cuatro, cinco… veinte o quizás treinta segundos después logro reaccionar, mis ojos siguen fijos. Mi cuerpo ligeramente de lado se impacienta. Veo su lengua bordear los labios humedeciéndolos, como llamando a los míos, llamando a mi lengua a entrar en su boca. Sabe que es lo que mi garganta guarda.

Se acerca lento; cierro los ojos, su boca tibia y húmeda ya ha llegado a mí, recorre mi cuello, lo lame, lo muerde suavemente, respira, la siento explorar hacia otros lugares. Sus dedos se unen a ese conjunto que camina por mí, me erizo.

La ropa es un obstáculo para nuestras pieles; poso mi mano temblorosa en su pecho, acaricio sus senos suave y lento… solo una prenda separa nuestra completa intimidad.

Me acuesto mirando el viejo techo, me besa y baja lentamente de mis senos a mi cintura, recorriéndome, pasa por el ombligo, el vientre, la pelvis. Con sus manos retira ese último obstáculo y llega allí donde me hago más tibia… su lengua juguetea, entra y sale como sus dedos, cada vez me mojo más, me hace venir.

Regresa a mis labios y ahora soy yo quien se acerca; lamo sus senos, muerdo suave os pezones, beso su torso, voy a su pelvis. Cierro mis ojos, me poso en su sexo y sus piernas se contraen, pide más… paso mi lengua, mis labios, beso, lamo, chupo, acaricio.

Nuestros gemidos a unísono se hacen más fuertes, el contacto de ambos cuerpos desnudos se hace más tibio y se estremecen en un sólo espasmo acompañado de un suave grito orgásmico.

Abro mis ojos. Veo la escena. Evito pensar. La cabeza me da vueltas y trato de comprender ese encuentro casual. Vuelvo a sus ojos y sonríe mirándome fijamente de una forma malvada, obscena y casi premeditada; sus palabras hacen un eco que llega a mis oídos y mis ojos estupefactos no pueden más que mirar mientras de sus labios pintados color rojo carmesí se escapa un ¡SÍ!, como respuesta a mi pregunta.