lunes, 28 de julio de 2008

Anatomía de tu ser

Es domingo. Un día gris. Y mi cuerpo está tendido junto al suyo en la cama, ambos mirando hacia el techo envejecido. Siento su brazo rozar el mío -está tan cerca- mi piel se eriza, y pierdo la concentración, sigo el hilo de la conversación de forma mecánica.

Nada logra apartar de mi cabeza una pregunta que se atora en mi garganta, trata de salir, se detiene y regresa a mi estomago, que revolotea cuando siente su ser a milímetros de mi, causando que me estremezca por completo.

Doy una mirada a su rostro, lo recorro, me detengo en sus labios y regreso mis ojos a los suyos y me lanzo a decir lo que mi estomago guarda, lo que mi cabeza alberga, lo que mi garganta retiene.

Las palabras salen sin poder evitarlo por mi boca… uno, dos, tres, cuatro, cinco… veinte o quizás treinta segundos después logro reaccionar, mis ojos siguen fijos. Mi cuerpo ligeramente de lado se impacienta. Veo su lengua bordear los labios humedeciéndolos, como llamando a los míos, llamando a mi lengua a entrar en su boca. Sabe que es lo que mi garganta guarda.

Se acerca lento; cierro los ojos, su boca tibia y húmeda ya ha llegado a mí, recorre mi cuello, lo lame, lo muerde suavemente, respira, la siento explorar hacia otros lugares. Sus dedos se unen a ese conjunto que camina por mí, me erizo.

La ropa es un obstáculo para nuestras pieles; poso mi mano temblorosa en su pecho, acaricio sus senos suave y lento… solo una prenda separa nuestra completa intimidad.

Me acuesto mirando el viejo techo, me besa y baja lentamente de mis senos a mi cintura, recorriéndome, pasa por el ombligo, el vientre, la pelvis. Con sus manos retira ese último obstáculo y llega allí donde me hago más tibia… su lengua juguetea, entra y sale como sus dedos, cada vez me mojo más, me hace venir.

Regresa a mis labios y ahora soy yo quien se acerca; lamo sus senos, muerdo suave os pezones, beso su torso, voy a su pelvis. Cierro mis ojos, me poso en su sexo y sus piernas se contraen, pide más… paso mi lengua, mis labios, beso, lamo, chupo, acaricio.

Nuestros gemidos a unísono se hacen más fuertes, el contacto de ambos cuerpos desnudos se hace más tibio y se estremecen en un sólo espasmo acompañado de un suave grito orgásmico.

Abro mis ojos. Veo la escena. Evito pensar. La cabeza me da vueltas y trato de comprender ese encuentro casual. Vuelvo a sus ojos y sonríe mirándome fijamente de una forma malvada, obscena y casi premeditada; sus palabras hacen un eco que llega a mis oídos y mis ojos estupefactos no pueden más que mirar mientras de sus labios pintados color rojo carmesí se escapa un ¡SÍ!, como respuesta a mi pregunta.

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