jueves, 14 de enero de 2010

Antonio

Son las ocho de la mañana. Bajo la mirada y las pequeñas esferas transparentes se alejan de mi cabeza en dirección al cielo, verticalmente, de regreso a las nubes que antes estarían dispersas y mostrando el azul profundo y el sol naciente; mientras, doy pasos de espalda hacia el hotel, entro en él y subo las escalas camino a la habitación, todavía de espaldas a la puerta, entro y la ropa sale.

Primero desato los nudos de mis zapatos, mi camisa sale suavemente de mis brazos para terminar en el suelo y los jeans rozan mis piernas mientras bajan y salen. Mi ropa interior vuelve a ser parte del escenario y regreso a la cama desnuda, envuelta en sábanas. Al lado del cuerpo tibio, que descansa plácido.

El Padre Miguel

Carmen. Así me llamo, creo que a mis escasos 18 años, tengo tantos pecados como cabellos en mi cabeza. Doña Josefina; mi señora madre, dice que debo asistir a la iglesia, ser digna de Dios y confesarme porque estoy en pecado mortal y que si muero, no alcanzaré ni a llegar al purgatorio a causa de mi mala cabeza, para ella son grandes lo que para mí son pecados pequeños. Sí tan solo supiera que en la iglesia es donde cometo mi mayor sacrilegio no pensaría de esa manera en su “religión”.

jueves, 7 de enero de 2010

Cineclub

Martina hizo una mueca de fastidio cuando Ana abrió las cortinas y el sol le dio en la cara; era temprano aún y no quería ponerse en pié, pero ella insistió. Se levantó perezosamente, estregando sus ojos y moviendo la cabeza, tratando de estirarse. Detestaba tener que levantarse muy de mañana, más aun en domingo pero, estaba ese tonto cineclub al que le había prometido ir y ya no había ni una excusa que valiera después de postergarlo por semanas.